Los seres humanos siempre hemos soñado con crear vida artificial, a lo largo de nuestra historia hemos buscado crear entes artificiales, y en el caso de los niños, este tipo de juguetes es «activo«, porque: “lo divertido es jugar con otros niños y que entre ellos vean qué son capaces de hacer sus robots en función de cómo los vayan programando» con su tableta.
Cada vez hay más países que incluyen en los planes de estudios de sus escuelas materias relacionadas con dispositivos mecánicos que pueden ser programados por niños, es por eso que, si a los niños les interesan los robots, ¿por qué no introducirlos en los colegios? De hecho, estas máquinas ya forman parte de las vidas de los chavales en muchas otras facetas y esferas (salud, ocio, etc.). ¿No sería razonable, pues, que los escolares potenciasen muchas de sus aptitudes a través de unos dispositivos mecánicos que pueden ser programados para seguir un conjunto de instrucciones?
Desde el punto de vista educativo, la programación ayuda a dividir un problema grande en «múltiples pequeños», de modo que el robot enseña a los niños a ir resolviendo, paso a paso, problemas que se van encontrando y, así, enfrentarse a cualquier trabajo o faceta de la vida. O que es lo mismo, ayuda a razonar, a hacer que los niños se acostumbren a la resolución de problemas, a fomentar su curiosidad, a lograr un aprendizaje significativo. Porque el objetivo es que las nuevas generaciones no se limiten a “apretar botones”, sino que aprendan cómo funcionan.
Otra innovación de enorme alcance vinculada a la robótica son los drones, ya que, en el ámbito de la enseñanza y la sanidad, con diversas experiencias, como las auspiciadas por RoboKind, prueban que estos aparatos son especialmente adecuados para ayudar a los niños autistas a relacionarse con el mundo exterior, porque responden satisfactoriamente a sus interacciones tranquilas, pero claras.